Estoy
entretenida viendo un programa de televisión. Es un programa en el que todo el
mundo se da muchos besos. Besos entre los miembros del jurado, besos entre los
concursantes, besos de broma, piquitos, lametones…
El
caso es que no sé porqué pero me pareció que ya había demasiados besos y en mi
cabeza empezó a sonar una vieja canción que escuchaban mis padres “El beso”, sí,
aquella que dice que “la española cuando besa, es que besa de verdad”.
Ya,
ya, puede parecer casposo y pasado de moda, pero la canción me llevó a
reflexionar sobre el valor de los besos, sobre su significado.
Como
muchas otras cosas que han perdido parte de su esencia, el beso se ha
convertido en algo mucho más trivial , casi vacío de contenido.
Antes,
cuando te presentaban a alguien le dabas la mano. Ahora si la ofreces te
agarran de la mano, te atraen y te
plantan dos besos en la cara como si nada.
Pues a mí, la verdad, no me gusta que me bese gente desconocida.
Me
encanta darle un beso a mis amigos, a mi familia, a mi marido, a mis hijas, en
fin, a la gente que me importa pero no a un señor o a una señora que acabo de
conocer.
Los
chiquillos se andan besuqueando como si nada y los adolescentes pasan casi del
beso para entregarse al sexo explícito.
El
beso debería conservar ese algo misterioso. El beso sincero del amigo, el
primer beso, que no es un meterte la lengua hasta la tráquea, sino el roce dulce
y suave de los labios. El beso de la pasión, el de la entrega; el beso que
recorre los cuerpos acariciándolos. El beso del hola y del adiós. El beso
robado, ¡ay qué bien saben los besos
robados! ¡Y ese beso en la nuca tan sensual! O ese beso de hermano o de
hijo…
Besos,
diferentes tipos de besos, besos para ser besados, besos para besar sabiendo lo
que das en cada beso.