Solo se me ocurre que alguien llegue
a la decisión del suicidio porque ya no puede con su vida. Esta le pesa, se ha
convertido en algo absurdo y sin sentido y, lo peor, no tiene ganas ni fuerzas
para cambiarla. Esa rendición ante la dificultad, esa búsqueda de la paz eterna
ha conducido a muchos hombres y mujeres a adelantar su muerte. Muchos lo llaman
la vía fácil, otros cobardía. Yo no me atrevo a juzgarles ni aponer
calificativos, pero no, no creo que sea nada fácil.
Robin Williams nos ha dejado. Ha sido
otra de las victimas de las drogas y el alcohol en un tiempo y últimamente de la cocaína; otro número en la larga lista
de personas que lo tienen todo pero están tan vacías que necesitan estimulantes
adicionales a un atardecer, a un campo abierto, al olor de la mañana, a la
sonrisa de un niño, a la mano de un amigo… Amigos, amigos que si están ahí y
son de verdad se han dado cuenta de tu problema y han intentado salvarte
montones de veces. Amigos que tiran la toalla cansados de querer tu vida más
que tú mismo. Amigos que lloraran mañana en tu entierro.
Robin Williams, como otros actores y
artistas nos deja además de su recuerdo sus obras, sus películas. Para mí
siempre será el niño atrapado en el tablero de Jumanji, el maravilloso profesor
de El club de los poetas muertos o el de William Hunting, el robot que quiso
ser humano, el médico de Despertares, Peter Pan… Será él y todos sus
personajes. Lo podremos ver una y mil veces. Pero no deja de ser triste que
alguien que nos ha hecho sonreír tantas veces, fuera tan desgraciado en su vida
personal como para quitarse de en medio. Descansa en paz oh capitán, mi
capitán.