Noche de San Juan. Castelldefells. Un gran número de personas se dirigen en tren hacia las playas de la localidad para festejar las hogueras de la noche “mágica”. Llegan al destino, bajan del tren. La pasarela está cerrada por obras. El paso subterráneo está muy lleno y la cola va lentamente, demasiado lentamente para aquellos que siempre tienen prisa, prisa por vivir, como si la vida se acabara mañana, como si desperdiciar un minuto fuera no poder recuperarlo jamás. Y en parte es así. Tiempo pasado es tiempo no recuperado, pero la cuestión a la que quiero llegar no es esa.
La mayoría de las víctimas son jóvenes entre 15 y 25 años. Da lo mismo si en su mayoría eran sudamericanos o españoles. Lo que realmente debe llamarnos la atención es como la gente joven está dispuesta a jugarsela por no esperar un minuto, cinco, diez. Diez minutos no valen una vida. Me salto las normas porque no pasa nada. Todo el mundo cruza por aquí y nunca pasa nada. Todo el mundo se salta este stop que no sé para qué lo han puesto si nunca pasa nadie. Todo el mundo se mete en dirección prohibida por esta calle porque si no hay que dar muchas vueltas y voy aquí al lado. Todo el mundo bebe y no pasa nada. Todo el mundo se hace rayas y controla, todo el mundo, todo...
El ser humano es capaz de engañarse a si mismo con la estupidez que sólo los humanos tenemos. Esa racionalidad, esa capacidad que nos lleva a enlazar razón con conciencia, conciencia con responsabilidad, se esfuma con una facilidad pasmosa en ciertas etapas de la vida. Gracias a ese paréntesis de imbecilidad, miles de jóvenes mueren atropellados, alcoholizados, de sobredosis, accidentados...
Este accidente, como tantos otros, que ha provocado estas muertes tan evitables, no solo ha sido un horror para aquellos que han perdido su vida, sino también para sus amigos, para su familia, para el pobre conductor del tren que vió como, inevitabledmente, una bola humana se desmembraba ante sus ojos, para los pasajeros del tren que sufrieron primero el frenazo y luego el sabor amargo del accidente por el cual también fueron marcados y magullados. Fue un horror para los que esperaban el tren, para el revisor, para los policias que tuvieron que hacer el informe, los bomberos, los forenses, los que recogieron los cuerpos y para los simples mortales a los que nos llegó la noticia.
La noche mágica convertida en noche trágica, por no perder un minuto, cinco, diez. Por no respetar las normas, las indicaciones, por no hacer lo que se debe, o sea, por falta de civismo y responsabilidad social.
Espero que el gobierno no indemnice a los muertos, así como tampoco les deseo a sus familiares que RENFE les exija daños y perjuicios, que puede. Y lo espero porque si no ya veo la cola de familiares de accidentados, suicidados, y antiseñales que harán cola ante la oficina oportuna para pedir su premio por haberse saltado las normas.
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