Era
13 de febrero, lunes, noche, un día antes de que los adictos a San
Valentín se intercambiaran sus regalos, postales, cenas... Porque
era lunes y porque no era 14 me sorprendió encontrar restaurantes
abiertos y parejas cenando en ellos.
A
nuestro lado, yo iba con mi marido, había una pareja joven. Ella
miraba la carta y recomendaba, hacía sugerencias a su compañero
describiendo los platillos con detalle como si ya los hubiese probado
todos. Él, miraba su móvil y “whatseaba” (¡vaya palabro que
acabo de poner!). En fin, sigo. Ella le increpa y le dice, si sigues
con el móvil me voy a poner yo también, y suelta una risilla ligera
queriendo ser pícara. Comen, beben, apenas hablan. El chico acaba y
vuelve al móvil y ella por distraerle, le ofrece su boca. Él se
entrega al ofrecimiento y por un minuto parece que sí existe una
relación entre ellos. Me imagino que como no quería ser tratado de
nuevo como un niño chico, en lugar del móvil coge la carta y
empieza a mirarla, entreteniéndose en las fotografías de los
abundantes platos. Ella entonces se entrega a su móvil, acaba de
recibir un whatsApps. ¡Mira cari, qué bonito! Me lo ha mandado
fulanita, ¡ay! ¡pero qué bonito! escucha lo que dice:”.......”
Y el chico sigue con la mirada clavada en la carta.
Me
levanto porque mi pareja ha ido al baño y ya nos disponíamos a
salir. No crean que puse oreja descaradamente, es que las mesas
estaban tan juntas que nos podíamos tocar. Me quedo de pie,
mirándola y un impulso me hace decirle:”No te lo creas todo”. Y
ella levanta la vista y me dice: “No, si ya”.
Me
voy sonriendo malvadamente. Y a ver, ¿por qué tenía yo que decirle
nada?¿qué me da derecho? Sólo porque me dé cuenta de que eran dos
destinados al fracaso como pareja porque nada del uno interesaba al
otro, eso, no me da derecho. ¿Qué culpa tendrá la chica de que yo
sea una exiliada del paraiso?
No hay comentarios:
Publicar un comentario