No soy nacionalista, me parece
absurdo. Me suena a fascismo, segregación, a señalamiento, a xenofobia, a
distinción, a guerra. Me suena pues a todas esas cosas contra las que una
persona que ama la libertad y está por los derechos humanos repudia.
Los nacionalismos no hacen sino
enaltecer los valores propios, como la
historia propia, la cultura propia, la lengua propia incluso en su día la raza
propia de cara al pueblo, cuando en realidad esconden, por parte de los dirigentes
que los promueven, el autoristarismo y cuestiones económicas.
Un día le oí decir a Antonio Gala
respecto a una pregunta que le hicieron en una entrevista y que solicitaba su
opinión sobre el feminismo, que todos los nombres acabados en –ismo son, por
definición, exageraciones, extremos. Y así es. Sin entrar en el tema del
feminismo, ahora no toca, le cojo la palabra en cuanto a la terminación.
Los extremismos no son buenos, muchos son los sabios desde la antigua Grecia hasta
nuestros días que advertían del peligro de los extremos y abogaban por el punto
medio. El equilibrio es lo mejor.
Sí diré que soy defensora de la
protección de la cultura y todo lo que ella engloba, de la protección de
aquellos rasgos propios por cuanto pueden enriquecer a lo común y a lo
individual, al no olvido. Pero no a que se manipule abiertamente desde la más
tierna infancia en un sentido u otro para formar ciudadanos patriotas.
Se da además la circunstancia, de que
el español sólo se siente así cuando juega una selección deportiva o un ídolo
de procedencia española. Entonces sí, sacamos pecho. Pero a no ser en esos
casos, nos mofamos abiertamente de nuestros símbolos, de nuestros nombres, de
nuestra cultura, de nuestra bandera, de nosotros mismos y renegamos del país
que nos vio nacer y que sustentamos con nuestro trabajo y sudor.
Nos quejamos de nuestros políticos
pero no los quitamos y hasta esta situación de crisis tan tremenda, incluso les
reíamos sus trapicherías porque nosotros en su lugar también lo hubiéramos
hecho. ¡Somos una vergüenza!
Que los catalanes o los vascos no
quieran ser españoles no es de extrañar. Un alto porcentaje de la población de
España se cambiaría por un finlandés, por ejemplo.
Por eso, cuando veo las banderas
esteladas ondear, las ikurriñas al viento, me duele. Me duele el rechazo como
ciudadana de no Cataluña o no País Vasco y pienso ¿qué he hecho yo para que no
me quieran si mi comunidad autónoma es también una de las que más contribuye al Estado
central?
Yo, que he vivido en nacionalismo catalán de muy cerca, me dolía
cuando algunas personas se esforzaban por integrar a un magrebí mientras a mí
me negaban el saludo. Y no, no me sabía mal por el magrebí, sino porque yo era
de no Cataluña. Algunos se esforzaban en explicarle a un turista en inglés o
francés, pero se negaban a hacerlo en español. E insisto, era alguna gente,
puede que de ese millón y medio o ni tan sólo ellos. Puede que algunos de los
que allí no estaban. Muchos eran incluso de los llamados “charnegos”, hijos de
emigrantes españoles llegados a Cataluña en busca de trabajo y que se avergonzaban
de su lengua materna.
Y me duele también que el pedante Mas
haya abierto la caja de los truenos sin sopesar sus consecuencias y le haya
vendido al pueblo catalán que la separación de España va ser el paraíso porque
llevando ellos las riendas totales serán una “grande y libre” nación.
Me duele porque no les cuentan lo que
les va a costar. Como les va afectar de verdad económicamente, como subirán los
impuestos para enfrentarse a su propia deuda cuyos propios políticos han
provocado. Como salir de la CE va ser un castigo enorme. Como si se separan el
español se dejará de dar lógicamente como asignatura troncal –lengua maldita
del opresor- y será una optativa, lo que a la larga traerá sus consecuencias.
Como les venden que una vez fueron una y nadie más cuando lo más que llegaron a
ser fueron pequeños condados. Siempre han pertenecido a un reino, el de Aragón
en su día y al de España después. Como las revueltas y los problemas durante la
II República española y la posterior guerra civil comenzaron en Cataluña con
las huelgas industriales, el avance de los movimientos anarquistas y el
nacionalismo a ultranza…
Desde hace años queremos lograr la
eliminación de fronteras, la unidad de diversos pueblos sin que ello signifique
la pérdida de su identidad sino con integración, transmisión y respeto, el ser
ciudadanos del mundo, el conseguir vernos en igualdad…
Por eso en estos momentos de la
historia son absurdos los nacionalismos,
no tienen sentido.
Lo que hay que hacer el cambiar este
sistema de autonomías que está caduco y es injusto y reformar la Constitución
que falta le hace. Hace falta sentarnos, dialogar, trabajar hombro con hombro y
no pegarnos puñaladas por la espalda.
Estoy de acuerdo contigo Pilar, me ha encantado leerte, todos los sinónimos de nacionalismo que señalas son para destruir y no construir. Lo lógico es que para conseguir las cosas sumemos, y el restar es mala señal. Que preciado bien común alcanzaríamos si no existieran tantos intereses de poder.
ResponderEliminarUn saludo
Enhorabuena por tu blog. A partir de hoy, te sigo.
Yo tampoco. Además, los nacionalismos me dan miedo. Cuando veo a esa gente tan alegre reclamando independencia, utilizada por la clase dirigente de un territorio que sólo tiene como objetivo su propio interés a corto plazo. Cuando veo esa comunitaria alegría, no puedo evitar que vengan a mi cabeza las imágenes tantas veces vistas de animosos soldados antes de que les lleven al campo de batalla. Y no volverán igual, ninguno. Me da mucha pena.
ResponderEliminarUn saludo.
Estupendo. Sin palabras! Qué alegría leer, de vez en cuando, aunque con retraso, palabras dictadas por el sentido común, la historia y la ética.
ResponderEliminarSin más....