En el pueblo donde habito, mi pueblo porque al fin
y al cabo es donde paso mis días y mis noches, tenemos el privilegio de tener
cine de verano. Además, está enclavado en uno de los parques más bonitos y
emblemáticos de la localidad. Rodeados de bonitos árboles, el bar al fondo, las
zonas de recreo de niños ya ocultas por la noche, las sillas blancas de
plástico bien alineaditas formando filas, y sentados ante una gran pantalla y
potentes altavoces, pasamos más de una noche a la fresca y viendo, por poco dinero, películas de estreno.
Si eres de mantener tradiciones lo suyo es llevarse
el bocata y la bebida, las papas y las pipas, y desplegarse ocupando
los asientos toda la familia para después formar una cadena que haga llegar el
bocadillo a su destino.
Los cines de verano no tienen precio, son todo un
lujazo. Es verdad que hay padres que a pesar de que la película no es tolerada
se meten con sus niños que, aburridos, empiezan a corretear alrededor de las
sillas y por los pasillos haciendo la puñeta y pidiendo dinero para comprarse
chuches en el bar.
Es cierto que las papas y las pipas hacen mucho
ruido, pero el volumen de los altavoces lo disimula y total en los cines
cerrados te dejan comer “nachos”.
La calidad no es la misma, lo sé, ni tampoco los
asientos mulliditos, tampoco el precio, oigan, pero ¿a qué va uno al cine de
verano? Pues a pasarlo bien, a cenar, a ver esa película que no
verías en el cine de verdad…
También están los autocines, que tienen su propio
encanto. Me recuerdan a Grease y a lo que va uno en coche al autocine con el
novio o novia, jeje. Yo prefiero el cine de verano.
En la ciudad, a apenas 20 km de aquí, tenemos además un cine de verano junto al
mar. ¡Oh! ¡Eso sí que es maravilloso! La brisa marina corriendo traviesa, el
murmullo de las olas cuando cesa el sonido artificial...
Hay tradiciones que no deberían perderse, como
ésta. Ir en familia al cine, encontrarse con amigos y vecinos, comentar la
película después mientras vas saliendo para luego irte a casa paseando
disfrutando del regusto de lo visto, o saltando como hacía de pequeña hasta
el portal y si no, con la bicicleta que nunca te robaban y que te dejabas a la
entrada junto a ese señor que te rompía la entrada recién comprada.
¡Qué bonitos son los cines de verano!
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