Hay algunas tiendas en las que da gusto entrar, sobre todo en un día en que no hay demasiada gente y no tienes que hacer cola. Tiendas en las que te tratan como si fueras alguien único o especial. Ese es uno de los placeres que te ofrecen las tiendas Nespresso. Entras, insisto, entre semana y si es por la mañana mejor, te atiende una persona bien trajeada con su traje color café, te ofrecen otros productos de forma sugerente y cuando acabas tu compra te ofrecen un café que casi siempre aceptas, todo ello con una educación exquisita.
Hay veces que tanta educación te puede poner nerviosa, sobre todo en estos tiempos en que tal cosa ocurre con muy poca frecuencia y nos llegamos a sorprender cuando alguien te abre la puerta, te cede un asiento o te piden las cosas por favor. ¡Qué pena!
Y sí, puede uno sentirse incómodo en esa situación, como a mi me gusta llamar "muy inglesa". La llamo así porque me recuerda a las series británicas de señores y mayordomos en los que los criados que tienen trato directo con los señores de la casa tienen con ellos un trato tan exquisito, que a veces superan en educación, discreción, sentido del honor, a aquellos a los que sirven.
Pues sí, yo el sábado me sentí muy bien tratada. Iba con mi hija pequeña, nos ofrecieron un café, lo aceptamos y luego salimos por la puerta.
El cristal de la entrada me devolvió una imagen que estaba muy alejada de como yo me sentía, a ver si me explico. Por un momento sentí que llevaba un traje de chaqueta azul marino con una blusa blanca de seda; unos zapatos bonitos con el bolso a juego y el pelo correctamente peinado.
La mujer que reflejaba aquel cristal era la que había salido de casa con su falda larga de Venca, su blusa gastada de Mango, unas sandalias Camper de hace cuatro años y el pelo alborotado. Entonces me sentí desilusionada y fuera de lugar, para que me digan que el hábito no hace al monje.
Es verdad que me habían tratado como si hubiera ido de Cavalli o de Carolina Herrera, no hay distinción, eres un cliente.
También sé que aquellos jóvenes trajeados cuando salieran del trabajo y se vistieran de sí mismos, posiblemente se alborotarían su pelo, se harían sus crestas, vestirían ropa informal y ¡hala, de fiesta!
Todo el mundo interpretamos un papel, con frecuencia varios, en la vida. Como uno de los monitores de la piscina que los fines de semana hace de "boy" en una conocida sala de fiestas.
El caso es que cuando salí de allí no sabía a ciencia cierta quién quería ser, si la del reflejo en el cristal o la del traje azul, y aún estoy con la duda.
Por cierto, el café, buenísimo.
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