viernes, 19 de julio de 2013

ESOS CINES DE VERANO


En el pueblo donde habito, mi pueblo porque al fin y al cabo es donde paso mis días y mis noches, tenemos el privilegio de tener cine de verano. Además, está enclavado en uno de los parques más bonitos y emblemáticos de la localidad. Rodeados de bonitos árboles, el bar al fondo, las zonas de recreo de niños ya ocultas por la noche, las sillas blancas de plástico bien alineaditas formando filas, y sentados ante una gran pantalla y potentes altavoces, pasamos más de una noche a la fresca y viendo, por poco dinero, películas de estreno.
Si eres de mantener tradiciones lo suyo es llevarse el bocata y la bebida, las papas y las pipas, y desplegarse ocupando los asientos toda la familia para después formar una cadena que haga llegar el bocadillo a su destino.
Los cines de verano no tienen precio, son todo un lujazo. Es verdad que hay padres que a pesar de que la película no es tolerada se meten con sus niños que, aburridos, empiezan a corretear alrededor de las sillas y por los pasillos haciendo la puñeta y pidiendo dinero para comprarse chuches en el bar.
Es cierto que las papas y las pipas hacen mucho ruido, pero el volumen de los altavoces lo disimula y total en los cines cerrados te dejan comer “nachos”.
La calidad no es la misma, lo sé, ni tampoco los asientos mulliditos, tampoco el precio, oigan, pero ¿a qué va uno al cine de verano? Pues a pasarlo bien, a cenar,  a ver esa película que no verías en el cine de verdad…
También están los autocines, que tienen su propio encanto. Me recuerdan a Grease y a lo que va uno en coche al autocine con el novio o novia, jeje. Yo prefiero el cine de verano.
En la ciudad, a apenas 20 km de aquí,  tenemos además un cine de verano junto al mar. ¡Oh! ¡Eso sí que es maravilloso! La brisa marina corriendo traviesa, el murmullo de las olas cuando cesa el sonido artificial...
Hay tradiciones que no deberían perderse, como ésta. Ir en familia al cine, encontrarse con amigos y vecinos, comentar la película después mientras vas saliendo para luego irte a casa paseando disfrutando del regusto de lo visto, o saltando como hacía de pequeña hasta el portal y si no, con la bicicleta que nunca te robaban y que te dejabas a la entrada junto a ese señor que te rompía la entrada recién comprada.

                            ¡Qué bonitos son los cines de verano!

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