domingo, 15 de septiembre de 2013

NO SOY NACIONALISTA


No soy nacionalista, me parece absurdo. Me suena a fascismo, segregación, a señalamiento, a xenofobia, a distinción, a guerra. Me suena pues a todas esas cosas contra las que una persona que ama la libertad y está por los derechos humanos repudia.
Los nacionalismos no hacen sino enaltecer los valores propios,  como la historia propia, la cultura propia, la lengua propia incluso en su día la raza propia de cara al pueblo, cuando en realidad esconden, por parte de los dirigentes que los promueven, el autoristarismo y cuestiones económicas.
Un día le oí decir a Antonio Gala respecto a una pregunta que le hicieron en una entrevista y que solicitaba su opinión sobre el feminismo, que todos los nombres acabados en –ismo son, por definición, exageraciones, extremos. Y así es. Sin entrar en el tema del feminismo, ahora no toca, le cojo la palabra en cuanto a la terminación.
Los extremismos no son buenos, muchos son los sabios desde la antigua Grecia hasta nuestros días que advertían del peligro de los extremos y abogaban por el punto medio. El equilibrio es lo mejor.
Sí diré que soy defensora de la protección de la cultura y todo lo que ella engloba, de la protección de aquellos rasgos propios por cuanto pueden enriquecer a lo común y a lo individual, al no olvido. Pero no a que se manipule abiertamente desde la más tierna infancia en un sentido u otro para formar ciudadanos patriotas.
Se da además la circunstancia, de que el español sólo se siente así cuando juega una selección deportiva o un ídolo de procedencia española. Entonces sí, sacamos pecho. Pero a no ser en esos casos, nos mofamos abiertamente de nuestros símbolos, de nuestros nombres, de nuestra cultura, de nuestra bandera, de nosotros mismos y renegamos del país que nos vio nacer y que sustentamos con nuestro trabajo y sudor.
Nos quejamos de nuestros políticos pero no los quitamos y hasta esta situación de crisis tan tremenda, incluso les reíamos sus trapicherías porque nosotros en su lugar también lo hubiéramos hecho. ¡Somos una vergüenza!
Que los catalanes o los vascos no quieran ser españoles no es de extrañar. Un alto porcentaje de la población de España se cambiaría por un finlandés, por ejemplo.
Por eso, cuando veo las banderas esteladas ondear, las ikurriñas al viento, me duele. Me duele el rechazo como ciudadana de no Cataluña o no País Vasco y pienso ¿qué he hecho yo para que no me quieran si mi comunidad autónoma es también una de las que más contribuye al Estado central?
Yo, que he vivido en nacionalismo catalán de muy cerca, me dolía cuando algunas personas se esforzaban por integrar a un magrebí mientras a mí me negaban el saludo. Y no, no me sabía mal por el magrebí, sino porque yo era de no Cataluña. Algunos se esforzaban en explicarle a un turista en inglés o francés, pero se negaban a hacerlo en español. E insisto, era alguna gente, puede que de ese millón y medio o ni tan sólo ellos. Puede que algunos de los que allí no estaban. Muchos eran incluso de los llamados “charnegos”, hijos de emigrantes españoles llegados a Cataluña en busca de trabajo y que se avergonzaban de su lengua materna.
Y me duele también que el pedante Mas haya abierto la caja de los truenos sin sopesar sus consecuencias y le haya vendido al pueblo catalán que la separación de España va ser el paraíso porque llevando ellos las riendas totales serán una “grande y libre” nación.
Me duele porque no les cuentan lo que les va a costar. Como les va afectar de verdad económicamente, como subirán los impuestos para enfrentarse a su propia deuda cuyos propios políticos han provocado. Como salir de la CE va ser un castigo enorme. Como si se separan el español se dejará de dar lógicamente como asignatura troncal –lengua maldita del opresor- y será una optativa, lo que a la larga traerá sus consecuencias. Como les venden que una vez fueron una y nadie más cuando lo más que llegaron a ser fueron pequeños condados. Siempre han pertenecido a un reino, el de Aragón en su día y al de España después. Como las revueltas y los problemas durante la II República española y la posterior guerra civil comenzaron en Cataluña con las huelgas industriales, el avance de los movimientos anarquistas y el nacionalismo a ultranza…

Desde hace años queremos lograr la eliminación de fronteras, la unidad de diversos pueblos sin que ello signifique la pérdida de su identidad sino con integración, transmisión y respeto, el ser ciudadanos del mundo, el conseguir vernos en igualdad…
Por eso en estos momentos de la historia son absurdos los nacionalismos, no tienen sentido.
Lo que hay que hacer el cambiar este sistema de autonomías que está caduco y es injusto y reformar la Constitución que falta le hace. Hace falta sentarnos, dialogar, trabajar hombro con hombro y no pegarnos puñaladas por la espalda. 

3 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo contigo Pilar, me ha encantado leerte, todos los sinónimos de nacionalismo que señalas son para destruir y no construir. Lo lógico es que para conseguir las cosas sumemos, y el restar es mala señal. Que preciado bien común alcanzaríamos si no existieran tantos intereses de poder.

    Un saludo

    Enhorabuena por tu blog. A partir de hoy, te sigo.

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  2. Yo tampoco. Además, los nacionalismos me dan miedo. Cuando veo a esa gente tan alegre reclamando independencia, utilizada por la clase dirigente de un territorio que sólo tiene como objetivo su propio interés a corto plazo. Cuando veo esa comunitaria alegría, no puedo evitar que vengan a mi cabeza las imágenes tantas veces vistas de animosos soldados antes de que les lleven al campo de batalla. Y no volverán igual, ninguno. Me da mucha pena.

    Un saludo.

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  3. Estupendo. Sin palabras! Qué alegría leer, de vez en cuando, aunque con retraso, palabras dictadas por el sentido común, la historia y la ética.

    Sin más....

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