miércoles, 5 de septiembre de 2012

EL DÍA QUE SE PARALIZÓ EL PAÍS. 1

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El presidente se levantó muy temprano, como siempre había hecho en su vida. Ya no recordaba ningún día en que se hubiera levantado más tarde de las siete. Apenas hizo ruido para no despertar a su esposa y se dirigió al baño para ducharse. Tras ello, entró en el vestidor y eligió uno de sus trajes grises. Bajó a desayunar, lo mismo de siempre y se preparó para salir.
Ese día le esperaba, también como siempre, una agenda muy apretada. Reuniones, conferencias telefónicas, firmas… Se puede decir que le gustaba esa vida, que le llenaba de orgullo haber llegado a la presidencia de su país y los sacrificios que ello conllevaba no eran nada con el grado de satisfacción personal que le producía.
Se puso la radio, le gustaba enterarse de las noticias antes de salir de casa y aún le quedaban unos minutos. Parece que había perdido la sintonía. Seguramente alguno de sus hijos había trasteado el aparato. Intentó buscar la emisora, pero nada más que ruido salía de aquel aparato. ¿Serán las pilas?
Probó entonces con la televisión, pero tampoco funcionada, nada en ningún canal, tan sólo el símbolo de la cadena sobre el silencio más absoluto. Esto sí que no era normal.
Salió al patio en busca de su coche esperando que su chófer estuviera esperándolo en la puerta como todas las mañanas. El coche estaba, pero el chófer no. Miró a su alrededor en busca de sus escoltas pero tampoco vio a nadie. Esto ya se estaba pareciendo a un mal sueño. Llegó a pellizcarse la cara para saber si estaba despierto o dormido. Entonces, echó mano de su teléfono móvil y llamó a “2”.
-¿Diga?- contestó tras tres tonos de llamada.
-¡Dos, por fin hay alguien ahí, me está pasando una cosa…
-No me digas nada, todo el  mundo ha desaparecido.
-Bueno, no todo el mundo, mis hijos y mi mujer sí están, pero mi chófer, los escoltas, la radio, la tele…
-A mí me ha pasado lo mismo. Mi marido y yo ya sospechábamos de nuestra cordura. Ahora mismo iba a llamar a “3”.
-Por malo que sea lo que pasa, por lo menos no soy el único y si funcionan los teléfonos, también habrá otras cosas que funcionen. ¿Nos reunimos en la sede?
- Yo creo que será mejor que nos reunamos en tu casa dada las circunstancias. Mientras llamaré a los demás y a algún contacto a ver qué pasa-dijo Dos.
-Bien, pues aquí os espero. No tardéis mucho que esta situación me está poniendo muy nervioso.
-Enseguida estoy allí.

Tras colgar, el presidente entró en casa y volvió a intentarlo con la televisión y la radio. Nada. Se sorprendió entonces de que tampoco habían aparecido por allí ni la cocinera, ni la criada, ni el jardinero… todas las mañanas los veía pululando por casa pero hoy no estaban allí. ¡Qué clase de sueño o broma macabra era ésta!
No sabía si despertar a su mujer y a sus hijos, todavía no era la hora de levantarse para ir a colegio.
Al cabo de diez minutos interminables Dos llegó a su casa conduciendo ella misma su coche.
-Veo que tampoco tienes ni coche ni escolta- dijo Uno abriéndole caballerosamente la puerta a Dos.
-Nada respondió ella, ni tampoco chacha ni niñera. Mi marido se ha quedado con los niños. He llamado a Tres y le he dicho que lo vaya pasando para que nos reunamos todos aquí. Lo más abrumador ha sido que no hay nadie por la calle. Todo está cerrado, hasta los bares; no hay coches particulares, ni autobuses, ni taxis, nada.
-¡Pero cómo es posible!¡Qué clase de broma es esta!- exclamó el presidente.
-Presidente, no creo que se trate de ninguna broma. Esto es una realidad. El país está parado.
-¡Pero eso es imposible!¡No se puede paralizar todo en un país! Nada me han dicho los sindicatos de una huelga y además habría servicios mínimos.
-Tres me ha dicho que esta noche se le había puesto el niño con fiebre y había llamado a su pediatra. El hombre al parecer no se encontraba muy bien, así que a través de su mujer le ha preguntado por los síntomas, ha hecho que la propia madre lo auscultase bajo sus indicaciones y le ha recetado un jarabe. Cuando su marido ha salido para buscar la farmacia de guardia, no ha encontrado ninguna abierta, pero había una indicación para un cajero farmacéutico en el cual uno mismo escogía el medicamento de una listas, tecleaba el código numérico, introducía el dinero y salía el medicamento como en una máquina de tabaco. Si el medicamento requería receta, había que pasar por el lector el código de barras, menos mal que para el jarabe no lo necesitaba.
-¡No me lo puedo creer!-dijo el presidente.
-Pues créetelo que es verdad- respondió Dos.
-Entonces, esto es más grabe de lo que creía.
-¿Ha llegado ya tu secretaria?
-¡Ostras no!¿Pero qué demonios está pasando aquí, no hay nadie, no funciona nada?¡Esto no puede estar pasando!

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